lunes, 26 de enero de 2015

El hedonismo en el siglo XXI




   Tema cumbre de la humanidad moderna. Si bien la humanidad se ha distinguido de otras especies por tender a la eudaimonía teleológicamente, es en el hedonismo, donde radica gran parte de conflictos sociales e individuales, como la subjetividad, economía, política, arte y demás aquiescencias humanas.

 
   No hay sociedad humana sin hedonismo, pero no hay hedonismo sin ser necesariamente humano. Es parte de la esencia humana y, por ende, la proclividad a caer en él.
   El hedonismo fue una doctrina filosófica basada en principios de Epicuro, de Samos, Grecia. En primera instancia, la Hélade como la conocemos, instauraba un Estado con comodidades para los ciudadanos patriarcalmente adultos. Todo placer habido, es porque así lo contemplaba la democracia. Es el principal motor que propició el auge del δονή –el placer en sí-, porque la idea de placer, conllevaba a las ideas puras de la belleza. Evadir el dolor y sufrimiento y sosegar cualquier instinto primario que la psique busque.

   En el mundo de lo apolíneo-dionisíaco, alcanzar el placer es embriagarse del don de vivir, de experimentar lo orgiástico de la ambrosía que ofrecen los dioses. Vivir y dejar morir. Sí.
   Pero la facticidad humana escapa del mundo áureo y del Topos Uranos.
   En recientes tiempos del siglo XX, John Rawls escribe su tratado Teoría de la justicia, donde increpa por un utilitarismo absoluto. Una alegoría a las ideas de poder co-existir disfrutando de los placeres terrenales en común. Vivir sin recibir daño y sin procurarlo. No obstante, este mundo del deber ser se diluye en las aspas de la esencia humana.
   Si bien Epicuro fundó el hedonismo y la escuela cirenaica conformó que el placer debiera satisfacerse sin ulteriores resultados excepto sentir satisfacción, es el humano en su cotidianidad que funda con sus usos y costumbres, lo que el hedonismo es, para la humanidad. 
 
   El adolescente que vive en la calle e inhala pegamento para evadir la realidad, la universitaria que lee para evadir la realidad, el alcohólico que bebe para evadir la realidad, la ama de casa que ve telenovelas para evadir la realidad, el niño que ve dibujos animados para evadir la realidad de los problemas familiares, el contador que gasta en sexo pago para evadir su realidad o el político que opulentamente se regodea en lujos para evadir la realidad a la que debiera servir, son los ejemplos más recurrentes. Ya el placer no es buscar y encontrar la felicidad efímera, sino perpetuar un placebo para rehuir a lo que la crudeza de la realidad nos da. Placer ya no emocional, moral, inclusive psicológico, sino placer meramente físico, alternado de concupiscencias materiales como automóviles, joyas, departamentos, parejas con apariencia de modelo de pasarela. Todo ello ya no pasa por una doctrina filosófica, sino por una tergiversación perversa de lo que fue el hedonismo. 

 
   Hedonista nunca fue atiborrarse de efervescencias materiales, sino saciar el deseo para alcanzar un fin, primariamente moral. Encontrar sosiego al placer fue una manera característica de utilizar instrumentos intelectuales para alcanzarla teleológicamente. Eso nunca implicó costear objetos inasequibles, ni mucho menos cotizar en la Bolsa de Valores. Este tipo de aberraciones implican más alejarse del hedonismo –o del eudaimonismo- y acercarse más a la hegemonía o a la concupiscencia existencial: regodearse de todo aquello que no tenemos o que ya tenemos y que no nos importa pero que aparece agradable a nuestro atesoramiento de riqueza y comodidades.

 
   La zona de confort surge de este hedonismo malversado. Estar siempre rodeado de situaciones y circunstancias que impiden pensar, ya sea racional o irracionalmente. Lo importante es no pensar, al ya tener objetos costosos a nuestro alcance. No utilizar ni un céntimo de la energía ni fortaleza física, emocional o moral. Sólo echarse a rumiar y preferir el oro a las barreduras intelectuales.
   No obstante, esto ya no es hedonismo, sino decadencia. Y holgazanería. Porque buscar el placer implica racionalizar qué entendemos por deseo y así alcanzar lo que anhelamos, lográndolo por medios intelectuales o físicos. Pero el “hedonista” moderno, se ha conceptualizado como un irreverente parado, que detiene la evolución suya y de la sociedad. Alguien que se postra en su sofá durante horas sin mover un ápice de su existencia, por el hecho de querer sentir “placer”.
   La mayoría de estos modernos son llamados “creídos”, “alzados”, “patanes”, “emo”, “hijos de papi”, “princesas” o más recurrentemente “ni-ni”.

 
   El mundo humano es de quien lo toma, no de quien se sienta a contemplarlo.


Goth Philosopher