Quizá una de las áreas de la filosofía que a nadie involucra en cuanto a
atención, o quizá un área que no es muy atractiva, pero que, sin embargo,
debiera tomarse en cuenta.
Si bien la filosofía es la ciencia que cuestiona los lineamientos y
principios del saber, es en el Derecho donde debiera formularse el deber ser de
los estratos éticos y morales de la sociedad. Debiera.
La palabra Derecho proviene de la voz latina directum, que significa «lo apegado a la ley, a la normatividad», y
es en su correcta ejecución donde debiera instaurarse el marco de la legalidad.
Es en el Derecho donde se debiera ejercer el poder con ética y moralmente
correcto para el óptimo funcionamiento del Estado. Debiera, pero, sin embargo,
no es así.
El ser dista del deber ser. La facticidad no es
equiparable a la obligación moral. Y es precisamente el Derecho, donde
encontramos la más cuantiosa madeja de subjetividades y conveniencias que no
debieran ser. Encontramos que en su haber, las galimatías de usos y costumbres
se funden en una espada de una mujer ciega –símbolo de la justicia- pero que,
sin embargo, implican el advenimiento de una imposición por parte de los grupos
privilegiados que detentan el poder. Si bien el derecho funge como mediador en
el Estado por alcanzar una correcta utilización de la Constitución y de la
ética responsabilidad de las instituciones, encontramos que esa obligación no
se lleva a cabo como tal, en el marco de gobernabilidad, sino que, esa balanza
de imprecaciones se inclina a uno de los lados donde haya más retórica y más
tráfico de influencias.
Moralmente, el Derecho debiera buscar soluciones asequibles para ambas
partes en una regulación coercible de las leyes. Regulación que no afecta, por
supuesto, a quienes instauran las leyes y las ejecutan, por lo que son inmunes
a ellas. No son alcanzados por sus mismos decretos, por lo que la «justicia»
queda aplicada única y exclusivamente de una manera convenenciera conforme usos y costumbres. Cabe mencionar, que
una ley se origina en la costumbre del individuo; posteriormente, un conjunto
de esos individuos con la misma costumbre tratarán de que el uso de esa cotidianeidad
sea una ley y que, posteriormente, se burocratice en una institución, para que
haya un respaldo legal y jurídico para sus inquietudes. No obstante, no
olvidemos que todo lo que hizo Hitler en Alemania era legal, el sistema en el
que Napoleón invadía, era un conjunto de usos y costumbres de la nación
francesa. Para los conquistadores españoles, era un uso y una costumbre
imponer por la fuerza la sagrada ley de Cristo Rey, basados en el poder de la
Corona. Entonces, cabe cuestionar filosóficamente por qué la ejecución del
Derecho conforme al bien común tiende a inclinarse a lo que las mayorías desean
para su destrucción y sadismo placentero.
El abogado –advocatus, en
etimología latina, el que auxilia- es un defensor que ha estudiado leyes y
ejerce los procesos judiciales en un juicio. No está para cuestionar la
veracidad de su cliente, sólo está para auxiliarle legalmente. Sin embargo,
encontramos que esto precisamente carece de toda ética y lógica, ya que el
abogado puede estar auxiliando a alguien que ha sido sancionado por la moral
del consenso, pero que él, como abogado, es encargado de ayudar con juegos de retórica
para hacerlo aparentar como si de alguien honesto se tratase. Un asesino o
violador puede pasar como un honesto ciudadano, mientras que la parte
demandante puede resultar afectada y sancionada. Esto es en sentido estricto,
un juego de sofistas. Un tablero donde el mejor jugador mueve a los peones a su
conveniencia.
Cabe en la filosofía cuestionar exhaustivamente el por qué de semejantes
transacciones axiológicas convenencieras en contra de la lógica, y el uso y
abuso de la palabra como herramienta, para dar beneficio a quien sea, siempre y
cuando se ostente como ganador.
Antiguamente el estudioso en Derecho podía aspirar a estudiar medicina,
y posteriormente filosofía, ciencia suprema del conocimiento humano. Sin embargo,
los privilegios malsanos de las leyes jurídicas han conllevado a las
instituciones a que se desprendan y no sean inherentes. El Derecho moderno no
es parte de las artes liberales, sea Trivium
o Quadrivium, ni atiende
racionalmente a los individuos, sólo exige de cumplimentar los beneficios de
quienes se han erigido a sí mismos salvadores de las normas humanas.
Goth Philosopher